Más Allá de «Felicidad»: El Drama Oculto de Al Bano y Romina Power que Nadie Te Contó

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Para toda una generación, Al Bano y Romina Power representaron el amor perfecto. Esa pareja que cantaba «Felicidad» con una sonrisa radiante, tomados de la mano, irradiando una química tan natural que parecía imposible que fuera solo actuación. Eran la prueba viviente de que los cuentos de hadas existían, de que el amor verdadero no solo era real, sino que además sonaba increíble en estéreo.

Pero como suele suceder con las historias que parecen demasiado perfectas, la realidad escondía sombras que nadie imaginaba.

Romeo y Julieta, Versión Italiana

Todo comenzó como una película de Hollywood, pero del tipo que termina con el público dividido sobre si fue un final feliz o no. Él, Albano Carrisi, era el hijo de campesinos del sur de Italia. Un chico de pueblo con una voz que podía derretir corazones y manos curtidas por el trabajo duro. Ella, Romina Power, era pura realeza de celuloide: hija del legendario Tyrone Power y de Linda Christian, la primera «chica Bond» del cine.

Sus mundos no podían ser más opuestos. Mientras Al Bano crecía entre viñedos y olivos, Romina se educaba en internados de lujo, hablando cuatro idiomas y destinada a brillar con luz propia en el firmamento de las estrellas.

Como era de esperarse, ambas familias pusieron el grito en el cielo. La madre de Al Bano desconfiaba de las actrices americanas. La madre de Romina esperaba algo «mejor» para su hija que un cantante de y menos de pueblo.

Pero entonces sucedió lo impensable: Linda Christian escuchó cantar a Al Bano frente al Shah de Irán y quedó, literalmente, con la boca abierta. El talento había construido un puente entre dos mundos que parecían irreconciliables.

La Canción que Se Volvió Contra Ellos

«Felicidad» no fue solo un éxito. Fue el himno. Esa melodía pegajosa que celebraba las pequeñas cosas de la vida: tomarse de la mano, cantar juntos, la calidez de un hogar. Millones de personas la cantaron en bodas, cumpleaños y momentos felices. Al Bano y Romina la interpretaban con una sonrisa que parecía genuina porque, en ese momento, lo era.

Y entonces llegó 1994.

Su hija Ylenia, de 23 años, brillante, carismática, llena de vida, desapareció en Nueva Orleans. Sin rastro. Sin explicación. Solo un vacío que lo devoró todo.

De un día para otro, cantar «Felicidad» se convirtió en una tortura. La ironía era tan cruel que parecía una broma macabra del destino. ¿Cómo seguir cantando sobre la alegría cuando tu mundo se ha derrumbado? Pero el show, como dicen, debe continuar.

Dos Caminos, Una Misma Tragedia

Aquí es donde la historia se vuelve aún más desgarradora. Porque no fue solo el dolor lo que los separó, sino la forma en que cada uno decidió lidiar con él.

Al Bano, con el tiempo, buscó un cierre. Necesitaba una respuesta, por dolorosa que fuera. Un vigilante del puerto de Nueva Orleans le contó que vio a una joven que coincidía con la descripción de Ylenia. Lo que lo convenció fue una frase específica que, según el testigo, ella dijo: «Yo pertenezco a las aguas».

Al Bano sintió un escalofrío. Ylenia decía eso desde niña, antes de meterse a nadar. Para él, ese fue el punto final. En 2013, tomó la devastadora decisión de solicitar que su hija fuera declarada legalmente muerta.

Romina nunca lo perdonó.

Para ella, aceptar la muerte sin un cuerpo era rendirse. Era traicionar la esperanza. Hasta el día de hoy, sigue buscando. Ha recorrido ciudades, contratado investigadores privados, consultado médiums. Se aferra a la posibilidad de que Ylenia esté viva en algún lugar.

Dos formas de amor. Dos maneras de procesar el dolor. Y una brecha que se hizo imposible de cerrar. En 1999, oficialmente, todo terminó.

Divorcio

Lo que vino después no fue bonito. Nada de separaciones amistosas ni comunicados elegantes. Fue guerra total: batallas legales por la custodia, acusaciones públicas, trapos sucios al aire. Romina habló de supuesta violencia familiar. Al Bano negó todo. Los tabloides se dieron un festín.

Durante años, no se hablaron. El dúo estaba muerto y enterrado. Fin de la historia.

O eso parecía.

Enter: Un Oligarca Ruso con Chequera Generosa

Moscú, 1993. Un empresario ruso con más dinero que sentido común (o quizás con muchísimo sentido común, dependiendo de cómo se vea) decidió que quería algo imposible: reunir a Al Bano y Romina en un escenario.

Y lo logró.

Después de casi dos décadas sin dirigirse la palabra, la pareja más icónica de la música italiana aceptó hacer un par de conciertos. El morbo fue instantáneo. La nostalgia, arrolladora. Las entradas, agotadas en minutos.

Lo sorprendente es que funcionó. No solo como un espectáculo de curiosidad morbosa, sino como arte genuino. La química seguía ahí. Las voces aún se complementaban perfectamente. Y aunque ya no hay amor romántico, descubrieron algo igual de valioso: respeto profesional y una historia compartida demasiado grande para dejarla morir.

El Presente: Dos Extraños que Cantan como Uno Solo

Hoy, Al Bano y Romina siguen ofreciendo conciertos selectos por el mundo. En 2025 estarán en Madrid. A veces sube al escenario Yari, su hijo, creando un momento que mezcla nostalgia, talento y una especie de sanación familiar en público.

Cuando interpretan «Felicidad» ahora, la canción significa algo completamente diferente. Ya no es la celebración ingenua de dos jóvenes enamorados. Es el testimonio de dos personas que sobrevivieron a lo peor que la vida puede ofrecer y encontraron una manera de seguir adelante, juntos pero separados, unidos por algo más fuerte que el amor: la música y una tragedia compartida que nunca los dejará ir.

¿Es esto un final feliz? Quién sabe. Quizás la pregunta correcta es: ¿acaso las grandes historias necesitan finales simples?


¿Conocías la verdadera historia detrás de «Felicidad»? Cuéntanos en los comentarios qué te parece este giro inesperado de una de las parejas más icónicas de la música.

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